Mario Vargas Llosa y el romance tacneño que lo trajo al mundo

Mario Vargas Llosa sonriente

El día de ayer nos levantamos con la noticia… vale, el Notición de que Mario Vargas Llosa, nuestro escritor nacional más galardonado, el que a fines de los 80’s, durante el gobierno de Alan García 1.0 se opusiera junto con muchos otros a la estatización de la banca y otras políticas populistas y demagógicas que nos llevaron a la peor hiperinflación que recuerden los peruanos en vida, a un estado de guerra interna que no tenía cuando acabar, y a un franco estado de depresión nacional y desesperanza por el futuro (“¿Cuándo se jodió el Perú, Zavalita?” Quién sabe, pero creo que sólo entonces acabamos de sentirlo en serio)… ese Vargas Llosa de La Ciudad y Los Perros, de Los Cachorros y su inmortal Pichula Cuéllar, de La Conversación en la Catedral, La Casa Verde, La Guerra del Fin del Mundo (acaso su obra maestra), etc, etc. había por fin ganado el Nobel de Literatura que alguna vez le negaron a Jorge Luis Borges, y al que ya muchos (según parece él también) tenía muy pocas esperanzas de ganar ya. Los diarios del Mundo y los de Perú obviamente se hicieron eco; y mientras los políticos y advenedizos de siempre se subían al carro, los aguafiestas de costumbre lo ninguneaban, buena parte de la gente común (al menos los que leemos) nos dejamos llevar por la emoción como si Perú hubiera ido al Mundial de Fútbol y lo hubiera ganado. Ok, quizás exagero. Digamos que igual como cuando Sofía Mulanovich y Kina Malpartida se convirtieron en campeonas de surf y boxeo respectivamente. Triunfo individual, sí, pero también triunfo peruano y latinoamericano. Vargas Llosa es nuestro primer Nobel peruano, y nadie quita eso.

Sin embargo, como confesé en un post en mi otro blog, mi conocimiento de su obra no es el que debería de tener. Ampliando lo dicho, de él le leído La Ciudad y Los Perros, Los Jefes, Los Cachorros, Pantaleón y Las Visitadoras, El Pez en el Agua, Lituma en Los Andes y Los Cuadernos de Don Rigoberto. Por ello he comenzado, también como dije ayer, con La Señorita de Tacna, como para ir poniéndome al día, terminar de leer su obra de juventud y pasar a las más recientes que son las que la gente de los Premios Nobel más han considerado seguro cuando han dicho que se lo otorgaban ”Por su cartografía de las estructuras del poder y sus afiladas imágenes de la resistencia, rebelión y derrota del individuo”.

Sin embargo, al momento de empezar a leer en el twitter (via @abelgb) me hicieron recordar los orígenes tacneños que tuvo esa obra y el mismo Vargas Llosa:

Y revisando su autobiografía El Pez en el Agua encontré que era verdad (¿cómo me pude olvidar de ese detalle? Y era el primer capítulo). Habla Mario:

Mi mamá me tomó del brazo y me sacó a la calle por la puerta de servicio de la prefectura. Fuimos caminando hacia el malecón Eguiguren. Eran los últimos días de 1946 o los primeros de 1947, pues ya habíamos dado los exámenes en el Salesiano, yo había terminado el quinto de primaria y ya estaba allí el verano de Piura, de luz blanca y asfixiante calor.

Tú ya lo sabes, por supuesto dijo mi mamá, sin que le temblara la voz . ¿No es cierto?

¿Qué cosa?

Que tu papá no estaba muerto. ¿No es cierto?

Por supuesto. Por supuesto.

Pero no lo sabía, ni remotamente lo sospechaba, y fue como si el mundo se me paralizara de sorpresa. ¿Mi papá, vivo? ¿Y dónde había estado todo el tiempo en que yo lo creí muerto? Era una larga historia que hasta ese día el más importante de todos los que había vivido hasta entonces y, acaso, de los que viviría después me había sido cuidadosamente ocultada por mi madre, mis abuelos, la tía abuela Elvira la Mamaé y mis tíos y tías, esa vasta familia con la que pasé mi infancia en Cochabamba, primero, y, desde que nombraron prefecto de esta ciudad al abuelo Pedro, aquí, en Piura. Una historia de folletín, truculenta y vulgar, que lo fui descubriendo después, a medida que la reconstruía con datos de aquí y allá y añadidos imaginarios donde resultaba imposible llenar los blancos había avergonzado a mi familia materna (mi única familia, en verdad) y destruido la vida de mi madre cuando era todavía poco más que una adolescente.

Una historia que había comenzado trece años atrás, a más de dos mil kilómetros de este malecón Eguiguren, escenario de la gran revelación. Mi madre tenía diecinueve años. Había ido a Tacna acompañando a mi abuelita Carmen que era tacneña desde Arequipa, donde vivía la familia, para asistir al matrimonio de algún pariente, aquel 10 de marzo de 1934, cuando, en lo que debía ser un precario y recientísimo aeropuerto de esa pequeña ciudad de provincia, alguien le presentó al encargado de la estación de radio de la Panagra, versión primigenia de la Panamerican: Ernesto J. Vargas. Él tenía veintinueve años y era muy buen mozo. Mi madre quedó prendada de él desde ese instante y para siempre. Y él debió enamorarse también, pues, cuando, luego de unas semanas de vacaciones tacneñas, ella volvió a Arequipa, le escribió varias cartas e, incluso, hizo un viaje a despedirse de ella al trasladarlo la Panagra al Ecuador. En esa brevísima visita a Arequipa se hicieron formalmente novios. El noviazgo fue epistolar; no volvieron a verse hasta un año después, cuando mi padre al que la Panagra acababa de mutar de nuevo, ahora a Lima reapareció por Arequipa para la boda. Se casaron el 4 de junio de 1935, en la casa donde vivían los abuelos, en el bulevar Parra, adornada primorosamente para la ocasión, y en la foto que sobrevivió (me la mostrarían muchos años después), se ve a Dorita posando con su vestido blanco de larga cola y tules traslúcidos, con una expresión nada radiante, más bien grave, y en sus grandes ojos oscuros una sombra inquisitiva sobre lo que le depararía el porvenir.

Así que así fue. La abuela tacneña y un romance que comenzó en Tacna fueron los que propiciaron el nacimiento de uno de nuestros peruanos más universales. Y aunque no siempre coincidamos cuando pasa de artista a político por su ambición para ser considerado un guardián de la democracia y el liberalismo, y aunque (terminemos de ser francos) piense que fue una fortuna (pírrica quizás) que no llegara a ser presidente en 1990 (yo creo que mínimo o acababa como una especie de Salvador Allende de derecha –asesinado, digo yo- o dejaba al país como Colombia) bien por ti, mi Tacna querida.

Y bien por él, claro. Pero por favor, que no se le ocurra postular de nuevo a la Presidencia. Como escritor merece (merecía hace mucho) el Nobel, pero como político… Siga escribiendo por mucho tiempo más. Gracias.

La Yapa:

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6 comentarios en «Mario Vargas Llosa y el romance tacneño que lo trajo al mundo»

  1. Bien por MVLL, largo camino en la literatura, ágil y mordaz como ensayista, el premio es un acto de justicia, nadie podría ser mezquino y restarle méritos.

    Pero, una confesión: mi relación con él (lector – escritor) está signada por una nube de fracasos. Abandoné varios de sus libros en las primeras páginas (y eso que hice mi mayor esfuerzo). Sus cosas, memorables, extraordinarias para mí, que me engancharon desde la primera letra fueron: La ciudad y los perros, Pantaleón y las visitadoras, El pez en el agua y Travesuras de la niña mala. Las demás,nada (ni qué decir de la Guerra del fin del mundo).

  2. Vaya. Me agrada su sinceridad, profesor. Me imagino la cantidad de "admiradores de toda la vida" que estarán saliendo ahora que MVLL es Nobel, cuando a lo sumo habrán leído alguno de sus libros obligados en el colegio. Y es que un lector sabe porqué le gusta un autor, y lee porque le gusta.

  3. Confieso que intente leer no recuerdo qué libro (mi cerebro es el culpable) pero no me gustó o me gustó poco, o no era para mi nivel o no llegaba al suyo. En fin.

    ……

  4. Es cierto que no te tiene que gustar todo lo de MVLL sólo porque es de MVLL. Y sobre eso, La Señorita de Tacna es bastante buena, aunque acaso un poco confusa para leer por ese pasar de un plano a otro constantemente. Es cuestión de concentración.

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